Hubo un tiempo en que los españoles seguíamos atentamente las informaciones que facilitaba el llamado "equipo médico habitual". Era un grupo de brillantes especialistas que trataban al por entonces Jefe del Estado, el general Francisco Franco, de las numerosas dolencias que le aquejaban y que lo llevaron a su tumba del Valle de los Caídos en noviembre de 1975.
Por aquellos años yo era un ser humano a medio camino entre la niñez y la primera adolescencia, y la verdad, la retahíla de problemas de aquel señor mayor que mandaba por encima de todos me sonaban un tanto lejanos. Lo único que saqué de beneficio fueron tres días sin clase cuando se murió, que casi coincide con mi cumpleaños.
Ahora esto del equipo médico habitual parece que vuelve a estar de moda. No son siempre los mismos médicos ni el paciente es tan tenebroso como aquel militarcito que secuestró el poder gracias a un golpe de estado y una guerra civil.
Los problemas de salud del Rey Juan Carlos nos devuelven la atención sobre los partes médicos. De nuevo volvemos a ver a los familiares desfilar ante las cámaras de televisión y responder a los periodistas sobre cómo está el paciente. Ahora, sin embargo, rotamos por diferentes clínicas y hospitales, la mayoría privados, porque el monarca o sus asesores los prefieren a los del sistema público.
Las diferencias entre el Rey y Franco son obvias. Uno encabeza una democracia parlamentaria y el otro una dictadura difícil de clasificar. Pero eso no evita que debatamos si es imprescindible que una persona se amarre a un cargo por encima de su salud. Juan Pablo II lo hizo, pero Benedicto XVI se ha negado a retransmitir en directo su muerte.
Probablemente al Rey le queda cuerda, pero los hombres de su edad suelen estar paseando a los nietos o disfrutando de la jubilación -es a lo que aspiro yo si llego hasta ahí-. El Papa acaba de reconocer que un pontífice no es un superhombre; en el caso de Juan Carlos está claro que no lo es porque su peregrinaje por los hospitales en el último año y medio es conocido. Si quiere jubilarse o alguien se lo recomienda, que no se preocupe, el mundo seguirá funcionando y España también (esperemos).
Por aquellos años yo era un ser humano a medio camino entre la niñez y la primera adolescencia, y la verdad, la retahíla de problemas de aquel señor mayor que mandaba por encima de todos me sonaban un tanto lejanos. Lo único que saqué de beneficio fueron tres días sin clase cuando se murió, que casi coincide con mi cumpleaños.
Ahora esto del equipo médico habitual parece que vuelve a estar de moda. No son siempre los mismos médicos ni el paciente es tan tenebroso como aquel militarcito que secuestró el poder gracias a un golpe de estado y una guerra civil.
Los problemas de salud del Rey Juan Carlos nos devuelven la atención sobre los partes médicos. De nuevo volvemos a ver a los familiares desfilar ante las cámaras de televisión y responder a los periodistas sobre cómo está el paciente. Ahora, sin embargo, rotamos por diferentes clínicas y hospitales, la mayoría privados, porque el monarca o sus asesores los prefieren a los del sistema público.
Las diferencias entre el Rey y Franco son obvias. Uno encabeza una democracia parlamentaria y el otro una dictadura difícil de clasificar. Pero eso no evita que debatamos si es imprescindible que una persona se amarre a un cargo por encima de su salud. Juan Pablo II lo hizo, pero Benedicto XVI se ha negado a retransmitir en directo su muerte.
Probablemente al Rey le queda cuerda, pero los hombres de su edad suelen estar paseando a los nietos o disfrutando de la jubilación -es a lo que aspiro yo si llego hasta ahí-. El Papa acaba de reconocer que un pontífice no es un superhombre; en el caso de Juan Carlos está claro que no lo es porque su peregrinaje por los hospitales en el último año y medio es conocido. Si quiere jubilarse o alguien se lo recomienda, que no se preocupe, el mundo seguirá funcionando y España también (esperemos).
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