Imaginemos que los directores de colegios e institutos, alarmados por el galopante fracaso escolar, deciden reunirse para comunicar a la Consellería de Educación su desazón por los malos resultados académicos de sus alumnos.
Imaginemos que las asociaciones pedagógicas, una vez que se enteran de la reunión de los maestros, también analizan las altas tasas de fracaso escolar y deciden elaborar un informe sobre la educación en Galicia.
Imaginemos que los sindicatos, sensibilizados por los problemas de relación y comportamiento de los alumnos con los profesores, proponen una gran mesa de diálogo para abordar la conflictividad en las aulas.
Y ya puestos a imaginar, imaginemos que todos ellos acuerdan constituir equipos de normalización educativa para trasladar la voz de todos, incluidos la de los padreas, a los dirigentes políticos que modifican una y otra vez el modelo educativo.
En fin, creo que es mucho imaginar, porque en esta Galicia nuestra tal tremor sólo se produce se habla del idioma en el que se redactan los libros de texto o se dan las clases. Retrata perfectamente las preocupaciones de aquellos llamados a la noble y extraordinaria tarea de educar a los ciudadanos de la futura Galicia (o Galiza, o como diaños se chame).
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