He visto esta semana hacer "el paseíllo" de la Audiencia Nacional al juez Baltasar Garzón, ese tramo de las escaleras de acceso al edificio de la Audiencia que suelen recorrer todos los que van a declarar a esa casa, siempre que no entren por el garaje, como ocurre en el caso de los que acuden desde la prisión. Bien es cierto que esa imagen de Garzón subiendo o bajando las escaleras la hemos contemplado en cientos de telediarios junto a otras en las que aparece paseando junto a compañeros y funcionarios judiciales por las calles próximas, supongo que después de haberse tomado un café a media mañana.
Garzón en los telediarios. He ahí al personaje. Si hay algo que define a Garzón es su desmedido afán de notoriedad. No me di cuenta hasta que lo vi un día protagonizando un programa informativo junto a un prestigioso periodista de RTVE, Vicente Romero. Comprendí entonces que su interés vital no era sólo la justicia y así Entendí mucho mejor al sujeto y su trayectoria.
No voy a ser tan injusto de negar las cosas buenas que, desde mi punto de vista, ha hecho Garzón. Son, como ocurre con las malas, consecuencia del papel que ha asumido: justiciero universal, mesías que va a redimir a la humanidad de siglos de injusticia y, finalmente, instrumento para reescribir la historia de España. Ha sido la Guerra Civil y el franquismo, esa etapa de nuestra historia que creíamos aprendida para no repetir jamás, la que ha colocado a Garzón fuera de juego provisionalmente.
El juez Garzón, y algunos otros jueces de la Audiencia Nacional -aunque no con la intensidad del magistrado en cuestión- tiene un afán de notoriedad que contradice una de las pautas de comportamiento de este tipo de profesionales, gente que trabaja en silencio, rodeados de un halo de respeto y reverencia propios del que instruye o juzga delitos. En este caso aparece un hombre mediático, que da conferencias por todo el mundo, que concita la adhesión de millares de individuos, que provoca declaraciones radicales a favor y en contra, que logra ser para algunos la imagen de la democracia y para otros la del revanchismo izquierdista.
Yo, honestamente, no creo que sea para tanto. Tengo para mi que es un ególatra que entiende la acción judicial como una batalla contra la injusticia en todas sus formas. En esa batalla ha hecho cosas bien y otras mal. Desde luego, no es "el juez de la democracia", es un juez de la democracia, como otros miles que hay en España. Y si se ha equivocado, que lo sometan al proceso disciplinario correspondiente.
Garzón en los telediarios. He ahí al personaje. Si hay algo que define a Garzón es su desmedido afán de notoriedad. No me di cuenta hasta que lo vi un día protagonizando un programa informativo junto a un prestigioso periodista de RTVE, Vicente Romero. Comprendí entonces que su interés vital no era sólo la justicia y así Entendí mucho mejor al sujeto y su trayectoria.
No voy a ser tan injusto de negar las cosas buenas que, desde mi punto de vista, ha hecho Garzón. Son, como ocurre con las malas, consecuencia del papel que ha asumido: justiciero universal, mesías que va a redimir a la humanidad de siglos de injusticia y, finalmente, instrumento para reescribir la historia de España. Ha sido la Guerra Civil y el franquismo, esa etapa de nuestra historia que creíamos aprendida para no repetir jamás, la que ha colocado a Garzón fuera de juego provisionalmente.
El juez Garzón, y algunos otros jueces de la Audiencia Nacional -aunque no con la intensidad del magistrado en cuestión- tiene un afán de notoriedad que contradice una de las pautas de comportamiento de este tipo de profesionales, gente que trabaja en silencio, rodeados de un halo de respeto y reverencia propios del que instruye o juzga delitos. En este caso aparece un hombre mediático, que da conferencias por todo el mundo, que concita la adhesión de millares de individuos, que provoca declaraciones radicales a favor y en contra, que logra ser para algunos la imagen de la democracia y para otros la del revanchismo izquierdista.
Yo, honestamente, no creo que sea para tanto. Tengo para mi que es un ególatra que entiende la acción judicial como una batalla contra la injusticia en todas sus formas. En esa batalla ha hecho cosas bien y otras mal. Desde luego, no es "el juez de la democracia", es un juez de la democracia, como otros miles que hay en España. Y si se ha equivocado, que lo sometan al proceso disciplinario correspondiente.
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