Wikileaks acaba de dar otra bofetada en la cara de los poderosos, es decir, de los políticos, sean del color que sean, que entienden el ejercicio del poder como una administración de intereses ajenos al pueblo. Hay muchos de esos pululando por todos los niveles de mando.
Hace años, en las facultades de periodismo se nos enseñaba a desconfiar por sistema de los políticos; se nos decía que sus intereses y los de los informadores solían colisionar. Esa máxima debía quedar impresa en el nuestro adn para evitar convivencias perniciosas.
Visto el panorama actual de los medios de comunicación, o ya no se advierte en las facultades de los riesgos que comporta "compadrear" con los políticos, o bien los periodistas hemos rendido nuestras armas, empujados por gerentes y empresarios que buscan dinero e influencia para capear la crisis.
Por eso reconforta ver cómo todavía es posible revelar secretos que dejan desnudos a los poderosos, que descubren la forma en que los señores de la vida y la muerte engañan a los ciudadanos de las democracias que gobiernan, vulnerando los compromisos con los electores para mutarse en sátrapas que deciden sobre la suerte de miles de seres humanos amparados en un presunto origen democrático.
¿Por qué Wikileaksse atreve a publicar los secretos de la sangrienta guerra de Irak? ¿Por qué no lo hace uno de los grandes medios de comunicación norteamericanos o del resto del mundo? Creo que porque son incapaces de recuperar su papel de vigilantes críticos de los gobernantes y porque se han convertido en "palmeros" de las aventuras belicistas de los gobiernos de turno.
Con estos medios de comunicación parecen impensables actitudes míticas como la del Washington Post de Katherine Graham, Ben Bradley, Carl Berstein y Bob Woodward, que desnudó de tal manera a Richard Nixon en el Watergate que forzó su dimisión. Treinta años después, los herederos de esos periodistas y gerentes conscientes de su función prefirieron respaldar las leyes de hierro y las políticas belicistas de un tonto mazado llamado Georges y apellidado Bush. Y en esas estamos
Hace años, en las facultades de periodismo se nos enseñaba a desconfiar por sistema de los políticos; se nos decía que sus intereses y los de los informadores solían colisionar. Esa máxima debía quedar impresa en el nuestro adn para evitar convivencias perniciosas.
Visto el panorama actual de los medios de comunicación, o ya no se advierte en las facultades de los riesgos que comporta "compadrear" con los políticos, o bien los periodistas hemos rendido nuestras armas, empujados por gerentes y empresarios que buscan dinero e influencia para capear la crisis.
Por eso reconforta ver cómo todavía es posible revelar secretos que dejan desnudos a los poderosos, que descubren la forma en que los señores de la vida y la muerte engañan a los ciudadanos de las democracias que gobiernan, vulnerando los compromisos con los electores para mutarse en sátrapas que deciden sobre la suerte de miles de seres humanos amparados en un presunto origen democrático.
¿Por qué Wikileaksse atreve a publicar los secretos de la sangrienta guerra de Irak? ¿Por qué no lo hace uno de los grandes medios de comunicación norteamericanos o del resto del mundo? Creo que porque son incapaces de recuperar su papel de vigilantes críticos de los gobernantes y porque se han convertido en "palmeros" de las aventuras belicistas de los gobiernos de turno.
Con estos medios de comunicación parecen impensables actitudes míticas como la del Washington Post de Katherine Graham, Ben Bradley, Carl Berstein y Bob Woodward, que desnudó de tal manera a Richard Nixon en el Watergate que forzó su dimisión. Treinta años después, los herederos de esos periodistas y gerentes conscientes de su función prefirieron respaldar las leyes de hierro y las políticas belicistas de un tonto mazado llamado Georges y apellidado Bush. Y en esas estamos
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