Ruth y José se han convertido, muy a su pesar y de su familia, en protagonistas del fin del verano. Hasta han sacado de su retiro estival a las figuras del infoentretenimiento matutino, Ana Rosa y sus colegas. De nuevo la dramática desgracia de unos niños, de una familia, se expone al escrutinio público sin pudor, con la anuencia y la participación de la Policía, los medios de comunicación y de supuestos periodistas expertos.
Hay que decirlo porque es evidente: la supuesta aparición de los restos de los niños de Córdoba ha servido para desplazar el foco de la prima de riesgo y de las estrecheces económicas del país hacia la posible responsabilidad del padre de los niños en su desaparición y posible asesinato. ¡Ah! y no nos olvidemos del eterno histrión, José María Ruiz-Mateos.
Algunas televisiones han vuelto a las andadas: programas especiales, tertulias en las que se analizan al detalle los presuntos restos de los niños, ahora sí de ellos y antes identificados por la Policía como huesos de animales (irracionales), un jefe policial convertido en estrella de los platós dando datos de la investigación, periodistas opinando y sentenciando en el estudio y en el lugar de los hechos, entrevistas a familiares y otros vertiendo todo tipo relatos emocionales... En definitiva, de nuevo un juicio televisado sentenciando.
Otra vez estamos antes el uso de un dramático suceso para engordar las cuotas de audiencia, informando sobre supuestos desconocidos, dirigiendo y distrayendo la opinión pública en beneficio de los directivos de las cadenas y de las cuentas corrientes de las estrellas, todo ello revestido de supuesta información de interés público.
Me habría gustado que se hubiera aplicado la misma tenacidad informativa y "analítica" para explicar las consecuencias de la política económica aplicada por el gobierno a instancias de Alemania. Podrían comparar la pérdida de poder adquisitivo, diseccionar el informe de la ONU que advierte que cerca de una cuarta parte de la población está en riesgo de pobreza. Imaginen que las estrellas de la televisión descubren cómo las operadoras petrolíferas pactan el precio de los carburantes, o nos informan de cuánto dinero negro ha aflorado gracias a la amnistía fiscal del gobierno. Pero no, el magazín matinal de Telecinco ha encadenado hoy, por ejemplo, el caso de los niños de Córdoba, la suerte judicial de Ruiz-Mateos, la repatriación del cadáver de un joven español decapitado en Inglaterra y los problemas judiciales de Urdangarín. Es lo que les interesa vender.
Hace un par de días contaba las últimas andanzas de José María Aznar, devenido en promotor comercial de su último libro. Hoy me toca hablar de su íntimo enemigo, el también ex presidente del Gobierno Felipe González. El viejo dinosaurio socialista lleva más de una década jubilado, exactamente desde que en 1997, al año de perder el gobierno, dijo, nada más empezar el congreso del PSOE, que lo dejaba; yo estaba allí, y la cara de pasmo y estupor de la concurrencia era indescriptible. En la misma operación colocó a su albacea Joaquín Almunia al frente de la cosa; fracasó sin paliativos, Josep Borrell mediante. Y luego llegó el actual, ya saben, la figura histórica de la que hablaba Leire Pajín. A lo que vamos. Felipe González se dedica, entre otras cosas, a tocarle las narices de vez en cuando a la figura histórica (bueno, vale, Zapatero) para recordarle que no le gusta nada lo que está haciendo. Es lo mismo de Aznar con Rajoy, al que cada cierto tiempo le agita el avispero popular con l
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