Hoy es el día. Nos han subido el IVA a todos, pobres y ricos, de izquierdas o de derechas, ateos o creyentes. Eso es lo injusto, que es para todos igual, aunque los que más lo sufran serán los que menos recursos tienen, los antaño mileuristas o los integrados en la legión de los parados.
La subida del IVA es la prueba mas clara de la forma en que el Gobierno, instigado por sus jefes ideológicos de Bruselas y Berlín, pretende sacarnos de la sima económica en la que nos encontramos: cargando los costes a los ciudadanos, principalmente trabajadores asalariados.
Es de una vulgaridad lacerante si no fuera porque cualquiera puede darse cuenta de que esta política económica forma parte de una estrategia global para podar las conquistas sociales y laborales de los últimos 75 años. Y quien no lo quiera ver, allá su ceguera. Y hoy no toca hablar de los políticos capaces de hacer lo contario de lo que predicaban. Otro día será.
Hace un par de días contaba las últimas andanzas de José María Aznar, devenido en promotor comercial de su último libro. Hoy me toca hablar de su íntimo enemigo, el también ex presidente del Gobierno Felipe González. El viejo dinosaurio socialista lleva más de una década jubilado, exactamente desde que en 1997, al año de perder el gobierno, dijo, nada más empezar el congreso del PSOE, que lo dejaba; yo estaba allí, y la cara de pasmo y estupor de la concurrencia era indescriptible. En la misma operación colocó a su albacea Joaquín Almunia al frente de la cosa; fracasó sin paliativos, Josep Borrell mediante. Y luego llegó el actual, ya saben, la figura histórica de la que hablaba Leire Pajín. A lo que vamos. Felipe González se dedica, entre otras cosas, a tocarle las narices de vez en cuando a la figura histórica (bueno, vale, Zapatero) para recordarle que no le gusta nada lo que está haciendo. Es lo mismo de Aznar con Rajoy, al que cada cierto tiempo le agita el avispero popular con l
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