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Del Prestige y sus secuelas.

Hay mañanas en las que el cuerpo pide quedarse en caso o, al revés, perderse en un paraje aislado, frente al mar o la montaña, acompañado de un libro y la soledad. Como eso es complicado, nos queda resignarnos a nuestra suerte.

Y la suerte de esta mañana plomiza y lluviosa de Galicia es escuchar en la radio la noticia del comienzo del juicio por la pasión y muerte del Prestige, ese vetusto cascarón lleno de fuel que regó la costa gallega jaleado por la desidia y la estupidez de los mandamases del momento.

A lo que se ve, aquella incompetencia le salió barata a la mayor parte de los actores principales del drama político. A primera hora me lo ha recordado la radio. A saber: Rajoy es presidente del Gobierno; Miguel Arias Cañete, ministro del mar a la sazón, vuelve a estar en el mismo puesto; Arsenio Fernández de Mesa, delegado del Gobierno entonces mdirige la Guardia Civil; Henrique López Veiga, espantado conselleiro de Pesca, es senador en Madrid; Federico Trillo, aquel ministro de Defensa que dijo que las playas gallegas estaban esplendorosas, disfruta como un  niño en su puesto de embajador de España ante su graciosa majestad británica; Francisco Álvarez Cascos, vicepresidente de casi todo en 2012, se autoliquidó como presidente de Asturias tras demostrar una vez más que entiende la política como un cuadro en blanco y negro.

De aquel despropósito van a tener que dar cuenta ante los tribunales sólo cuatro personas. Probablemente es lo que corresponde con la ley en la mano. Los políticos no asumieron nada de nada. Lo hicieron tan bien que siguen pisando moqueta. ¿Fraga y Pepe Cuiña?, los dos en el cementerio.

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