Es común entre los analistas y expertos de ideología conservadora considerar que las políticas de austeridad económica aplicadas por los poderes financieros y políticos supranacionales durante la Gran Recesión son la purga inevitable para unos países que se entregaron a una orgía derrochadora sin parangón.
Su relato sostiene que los ciudadanos tienen su parte de responsabilidad por haber apoyado a partidos que no supieron aplicar medidas correctoras cuando la crisis se veía venir o gobernaron con excesiva liberalidad las cuentas públicas. Toca sufrir, seguros de que la agria medicina que tomamos ahora nos va a sacar del agujero, como por ejemplo sostiene el profesor Barreiro.
Tal visión de las cosas pasa por alto que no todos los países son iguales ni su trayectoria ha sido la misma. Es verdad, Grecia no es España, como tampoco Portugal es España o Italia. Sus precedentes no son los mismos y ni siquiera las causas son las mismas, aunque compartan algunas.
Pero esos analistas conservadores se olvidan, supongo que intencionadamente, de dos variables: el resultado hasta el momento de las políticas de austeridad y la rebaja en los derechos sociales y en la calidad de nuestras democracias.
En primer lugar, ¿qué se le ofrece a los ciudadanos a cambio del aceite de ricino que tragan? Más paro, menos renta, menos protección social, menos derechos laborales, más deuda ... En segundo lugar, además de cargar sobre ellos la salida de la recesión, los ciudadanos sufren una degradación de sus derechos y condiciones laborales sin parangón en los últimos setenta años. Ya sabemos que es muy probable que nuestros hijos vivan peor que nosotros, rompiendo un proceso histórico ascendente.
Son muy aficionados los neoliberales y demás asociados conservadores a utilizar símiles de la vida familiar para explicar la bondad de sus propuestas. Ya saben eso de que nadie en su casa gasta más de lo que ingresa. Su selectiva capacidad de análisis olvida que en la vida ordinaria rige también aquello de que si un problema no se resuelve con los medios aplicados, habrá que probar con otros.
De eso se trata lo que ha ocurrido en Grecia. Que por muy irresponsables que hayan sido los griegos, las bondades que se les prometieron si sufrían el austericidio mansamente no ha acontecido. Así que se han liado la manta a la cabeza y ya veremos que pasa. Y, sobre todo, se han cansado que los gobiernen desde Bruselas.
Su relato sostiene que los ciudadanos tienen su parte de responsabilidad por haber apoyado a partidos que no supieron aplicar medidas correctoras cuando la crisis se veía venir o gobernaron con excesiva liberalidad las cuentas públicas. Toca sufrir, seguros de que la agria medicina que tomamos ahora nos va a sacar del agujero, como por ejemplo sostiene el profesor Barreiro.
Tal visión de las cosas pasa por alto que no todos los países son iguales ni su trayectoria ha sido la misma. Es verdad, Grecia no es España, como tampoco Portugal es España o Italia. Sus precedentes no son los mismos y ni siquiera las causas son las mismas, aunque compartan algunas.
Pero esos analistas conservadores se olvidan, supongo que intencionadamente, de dos variables: el resultado hasta el momento de las políticas de austeridad y la rebaja en los derechos sociales y en la calidad de nuestras democracias.
En primer lugar, ¿qué se le ofrece a los ciudadanos a cambio del aceite de ricino que tragan? Más paro, menos renta, menos protección social, menos derechos laborales, más deuda ... En segundo lugar, además de cargar sobre ellos la salida de la recesión, los ciudadanos sufren una degradación de sus derechos y condiciones laborales sin parangón en los últimos setenta años. Ya sabemos que es muy probable que nuestros hijos vivan peor que nosotros, rompiendo un proceso histórico ascendente.
Son muy aficionados los neoliberales y demás asociados conservadores a utilizar símiles de la vida familiar para explicar la bondad de sus propuestas. Ya saben eso de que nadie en su casa gasta más de lo que ingresa. Su selectiva capacidad de análisis olvida que en la vida ordinaria rige también aquello de que si un problema no se resuelve con los medios aplicados, habrá que probar con otros.
De eso se trata lo que ha ocurrido en Grecia. Que por muy irresponsables que hayan sido los griegos, las bondades que se les prometieron si sufrían el austericidio mansamente no ha acontecido. Así que se han liado la manta a la cabeza y ya veremos que pasa. Y, sobre todo, se han cansado que los gobiernen desde Bruselas.
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