Se la echaba de menos en este debate. Pero finalmente ha entrado, y como elefante en cacharrería. La inefable Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, propone que los profesores adquieran la condición de agentes de la autoridad para controlar a los alumnos díscolos.
Aguirre se ha especializado en decirle a la gente lo que ella cree que le gustaría oír a los ciudadanos; le encanta subirse a la ola de la demagogia y, por ejemplo, negarse a aplicar la Ley Antitabaco para rebañar votos fácilmente. No es original, la historia está repleta de políticos que regalaron los oídos de los votantes y acabaron provocando verdaderos estropicios. Pero bueno, los demagogos y los irresponsables son moneda común en la política española.
Esperanza Aguirre sabe que el problema de la indisciplina se introduce en las aulas desde fuera, es decir, desde las casas y las familias. En ese primer eslabón de la socialización es donde se tienen que educar en valores a los niños, fijar unas normas, corregir actitudes, respaldar la acción de los profesores y controlar sin tiranizar.
Mejor haría Esperanza Aguirre en pedirle a los alcaldes de su región que sean celosos en el cumplimiento de la normativa sobre el botellón, cuando no luchar directamente contra una práctica que amenaza la salud de cientos de miles de jóvenes.
Unos profesores agentes de la autoridad no solucionan un problema que, en realidad, refleja el tipo de sociedad y de educación que se ha patrocinado. La del todo vale, sin ninguna responsabilidad, en definitiva, el progresa adecuadamente, la del hedonismo subvencionado en los botellódromos que socializan, como dijo el alcalde de A Coruña en la universidad.
¿Se imaginan el respeto que les merecerían los profesores-agentes de la autoridad a los pijoborrocas de Pozuelo? Mejor sería que los padres educásemos mejor a nuestros hijos y no traspasásemos nuestras responsabilidades al colegio.
Comentarios
Publicar un comentario