Estoy leyendo un libro sobre la forma en que se distribuye la información y quién controla la agenda de los temas noticiosos a nivel global. En uno de los capítulos se explica cómo el periodista se ha convertido en un amanuense al servicio de los intereses de sus empresas, instrumento de los políticos de distinto pelaje.
Los directivos y los mandos que gestionan las redacciones permiten prácticas que vulneran los principios más elementales de la profesión periodística. Sus preocupaciones parecen ser cubrir todas las ruedas de prensa a las que son convocados y transcribir fielmente las declaraciones que se producen en ellas.
El colmo del servilismo es acudir silencioso a la lectura de un papel por parte de un personaje relevante sin que luego se permita hacer preguntas. Recuerdo que un profesor nos explicó en la facultad que una rueda de prensa servía de poco, que la información relevante era la que se escondía tras el telón, la que cada uno tenía que trabajarse. ¡Qué diría ahora este hombre, cuando ya admitimos que se nos prohiba hacer preguntas!
Ese tipo de actos es la representación del periodismo que estamos permitiendo, basado en la transcripción de declaraciones, faxes y todo tipo de información prefabricada. No es justo responsabilizar a los periodistas de tropa, porque los verdaderos responsables son sus jefes, incapaces o temerosos de poner fin al periodismo títere.
El síndrome del periodista amigo se extiende cual mancha de aceite tóxico y afecta a todos los niveles del escalafón. Hace unos días escuchaba cómo una afamada periodista loaba al ministro de Fomento. Su mérito era que había advertido al presidente de la Comunidad Valenciana que no permitiría preguntas sobre el caso Gürtel tras la entrevista que ambos tenían previsto celebrar para hablar de infraestructuras. Me pregunto de qué parte está esta mujer: ¿de los políticos que quieren colocar sus mensajes o de los periodistas, cuyo objetivo no debe ser otro que informar con honestidad?
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