En mi peregrinar por las webs de los medios de comunicación me topé hoy con el anuncio de un "encuentro digital" con Ana Pastor, la periodista de TVE que conduce el programa 59 segundos que la semana pasada entrevistó al presidente de Irak, Mahmud Ahmadineyad (creo que está bien escrito). Desde entonces, por la forma en que condujo la entrevista la periodista, se ha convertido ella misma en noticia.
¿Qué fue lo que hizo Ana Pastor? Simplemente, aplicar lo que nos enseñan en las facultades de comunicación: buscar la noticia a través del entrevistado, escucharlo para que no se nos escape, repreguntar para que responda a la cuestión que se le plantea, abordar lo que es propio del personaje sin temor a que se enfade, ir directos a las cuestiones de interés. En fin, aplicar técnicas muy conocidas.
Lo que sucede es que los espectadores de televisión están tan acostumbrados a periodistas complacientes y sectarios, a entrevistas con sujetos de cuarta fila, con la genuflexión ante el político de turno que tiene a bien concedernos unos minutos o a las entrevistas pactadas que cuando un profesional hace su trabajo se quedan paralizados. Y lo alaban.
Desde luego soy de los que felicitan a Ana Pastor. Aunque sólo sea por hacerle ver a la gente que los periodistas son algo más que amanuenses que toman notas en declaraciones sin derecho a preguntas. Su éxito es una muestra de los males que afligen a este bendito trabajo. Y de paso enseña a los ultraliberales para qué sirve una televisión pública.
¿Qué fue lo que hizo Ana Pastor? Simplemente, aplicar lo que nos enseñan en las facultades de comunicación: buscar la noticia a través del entrevistado, escucharlo para que no se nos escape, repreguntar para que responda a la cuestión que se le plantea, abordar lo que es propio del personaje sin temor a que se enfade, ir directos a las cuestiones de interés. En fin, aplicar técnicas muy conocidas.
Lo que sucede es que los espectadores de televisión están tan acostumbrados a periodistas complacientes y sectarios, a entrevistas con sujetos de cuarta fila, con la genuflexión ante el político de turno que tiene a bien concedernos unos minutos o a las entrevistas pactadas que cuando un profesional hace su trabajo se quedan paralizados. Y lo alaban.
Desde luego soy de los que felicitan a Ana Pastor. Aunque sólo sea por hacerle ver a la gente que los periodistas son algo más que amanuenses que toman notas en declaraciones sin derecho a preguntas. Su éxito es una muestra de los males que afligen a este bendito trabajo. Y de paso enseña a los ultraliberales para qué sirve una televisión pública.
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