Creo que de vez en cuando las personas que tenemos un pasar más o menos aceptable en esta recesión que sufrimos por cuenta de los banqueros y los políticos deberíamos acudir a los lugares donde se atiende a los damnificados de este inmensa cagada.
Es lo que hice yo, casi por pura casualidad. Una amiga, que lleva muchos años trabajando en Cáritas de mi parroquia, me pidió una mano para preparar los alimentos y repartirlos. Al final vinieron más voluntarios, y por lo tanto pude observar lo que pasaba a mi alrededor.
Comprobé que la cola de gente era muy numerosa, lo suficiente como para prever que el reparto de alimentos, que comenzó cerca de las seis y media de la tarde, se iba a prolongar hasta cerca de las nueve de la noche. Cada persona tiene un número asignado y una ficha facilitada por el Banco de Alimentos, en ella se anota la comida que se lleva y la fecha de la entrega, todo muy ordenado y burocrático.
Otra evidencia es que la ayuda de emergencia alcanza a todo tipo de públicos: mayores, mediana edad, jóvenes, gente con largo tiempo en el paro y personas que han agotado las ayudas, trabajadores que nunca pensaron que necesitarían acudir a Cáritas y gitanos que se han quedado sin su tradicional modo de vida (recogida de chatarra o cartones).
Y, por último, es palmaria la forma en que la administración (me da igual si es local, autonómica y local) se aprovecha del trabajo de los voluntarios y de la gente de buena voluntad. La entrega de alimentos debería ser un trabajo principal de los servicios sociales, no una tarea encomendada a ONG´s como es el caso de Cáritas. En A Coruña hay una red de centros cívicos por los distintos barrios de la ciudad que deberían ocuparse de esta labor, en la que, por supuesto, hay que colaborar. Pero como casi siempre, a los gestores de esta mierda de crisis ni están ni se les esperan.
Es lo que hice yo, casi por pura casualidad. Una amiga, que lleva muchos años trabajando en Cáritas de mi parroquia, me pidió una mano para preparar los alimentos y repartirlos. Al final vinieron más voluntarios, y por lo tanto pude observar lo que pasaba a mi alrededor.
Comprobé que la cola de gente era muy numerosa, lo suficiente como para prever que el reparto de alimentos, que comenzó cerca de las seis y media de la tarde, se iba a prolongar hasta cerca de las nueve de la noche. Cada persona tiene un número asignado y una ficha facilitada por el Banco de Alimentos, en ella se anota la comida que se lleva y la fecha de la entrega, todo muy ordenado y burocrático.
Otra evidencia es que la ayuda de emergencia alcanza a todo tipo de públicos: mayores, mediana edad, jóvenes, gente con largo tiempo en el paro y personas que han agotado las ayudas, trabajadores que nunca pensaron que necesitarían acudir a Cáritas y gitanos que se han quedado sin su tradicional modo de vida (recogida de chatarra o cartones).
Y, por último, es palmaria la forma en que la administración (me da igual si es local, autonómica y local) se aprovecha del trabajo de los voluntarios y de la gente de buena voluntad. La entrega de alimentos debería ser un trabajo principal de los servicios sociales, no una tarea encomendada a ONG´s como es el caso de Cáritas. En A Coruña hay una red de centros cívicos por los distintos barrios de la ciudad que deberían ocuparse de esta labor, en la que, por supuesto, hay que colaborar. Pero como casi siempre, a los gestores de esta mierda de crisis ni están ni se les esperan.
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