La biografía periodística de Miguel Delibes fue mucho más corta que la literaria. Y menos fecunda. Ni siquiera quiso ser el primer director de El País. LLegó Delibes al periodismo como lo hizo mucha gente en la larga posguerra española: de rebote, para cuadrar con un segundo sueldo su ocupación principal.
Luego, el periodismo se profesionalizó de la mano de su ingreso en la universidad, y frente a los que defendían que escribir en un periódico o hablar en una emisora de radio es cosa para la que cualquier ser humano está dotado por el hecho de nacer, se extendió la idea de que era necesaria una formación específica.
Pero con el paso de los años hemos ido hacia atrás. Ahora de nuevo se estila colocar delante de una cámara a cualquier analfabeto funcional; lo que importa es que grite más que el de al lado o sea capaz de comunicar naderías. Es el imperio de la vulgaridad, de los "jorgejavieres" y "las belenes". Estos no están para redondear salarios sino para vivir de publicitar su propia vacuidad o de azuzar a los payasos del circo mediático.
Ellos son los beneficiarios de un negocio alimentado por nosotros mismos, espectadores acomodados de las insulsas vidas ajenas, por los directivos de los grandes grupos mediáticos y por los políticos, renuentes a fiscalizar la droga dura que se suministra a través de los medios audiovisuales.
Luego, el periodismo se profesionalizó de la mano de su ingreso en la universidad, y frente a los que defendían que escribir en un periódico o hablar en una emisora de radio es cosa para la que cualquier ser humano está dotado por el hecho de nacer, se extendió la idea de que era necesaria una formación específica.
Pero con el paso de los años hemos ido hacia atrás. Ahora de nuevo se estila colocar delante de una cámara a cualquier analfabeto funcional; lo que importa es que grite más que el de al lado o sea capaz de comunicar naderías. Es el imperio de la vulgaridad, de los "jorgejavieres" y "las belenes". Estos no están para redondear salarios sino para vivir de publicitar su propia vacuidad o de azuzar a los payasos del circo mediático.
Ellos son los beneficiarios de un negocio alimentado por nosotros mismos, espectadores acomodados de las insulsas vidas ajenas, por los directivos de los grandes grupos mediáticos y por los políticos, renuentes a fiscalizar la droga dura que se suministra a través de los medios audiovisuales.
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